martes, octubre 26, 2010

FERIA DE ABRIL

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Tal vez alguno de Vds. se haya ya preguntado por qué un tío al que le gustan tanto las sevillanas todavía no ha hablado del escenario idóneo para su representación. Bueno, supongo que como aquella vitamina de tan mal sabor que me daban de chico es un mal trago que no hay más remedio que pasar.

¿Un mal trago? Si, queridos lectores. Yo soy un gran amante de las sevillanas como estáis pudiendo ver, pero sin embargo hace ya muchos años que, si tengo que ir a la Feria, no voy a gusto. Ya sé que esto es difícil de explicar, y lo es tanto más cuanto que de joven me gustaba mucho la Feria, especialmente esa Feria entrañable del Prado de San Sebastián, pero los tiempos cambian, la Feria ha cambiado, y desgraciadamente las personas también cambiamos, tanto físicamente (a peor desde luego) como mentalmente.

Voy a hablar ahora de mis recuerdos, especialmente de aquella Feria pequeñita y encantadora del Prado, pero como decía Tenorio (Don Juan, que no Manu) “no debo asunto dejar, tras mi que pendiente quede”, y es por ello que les voy a exponer mi opinión de la Feria en la actualidad.

1º.- Es altamente incómoda. Es necesario andar grandes distancias para ir de un sitio a otro, sin nombrar lo lejos que hay que dejar actualmente el coche.

2º.- Es altamente cara. Para tomar una copa y echar unos cantes no es necesario dejarte el presupuesto de un mes

3º.-Es altamente clasista. Si no tienes caseta propia, tienes que ir a la de amigos y conocidos, pero yo personalmente no me siento a gusto en una de esas casetas, donde por regla general los socios son varios y aunque entres por uno hay muchos a los que no conoces.

Quiero hacer aquí un inciso, porque cualquiera que no siendo sevillano lea esto podrá pensar cualquier cosa, y cada cosa debe estar en su sitio. El sevillano por regla general es generoso; es más, yo diría que tremendamente generoso. Si Vd., sevillano, español o extranjero logra franquear la entrada de una caseta ya estará dentro de la casa de sus propietarios (su casa durante una semana), y será tratado como un invitado, y excuso decir lo que esto significa dada la generosidad de los sevillanos; nunca le faltará quien le llene su copa vacía, le arrime un plato de jamón o queso para que pique, le anime a tocar palmas o bailar aunque no tenga ni idea de ello, y se deshará en atenciones para Vd..



Buena parte de la esencia de la Feria está en sus casetas, y cuando Vd. entre en ellas será bienvenido y agasajado como digo, pero lo difícil es entrar. Al fin y al cabo estamos hablando de la casa ferial de sus propietarios, y normalmente se encargan de blindar su entrada con un guarda o vigilante, y de hecho están en todo su derecho, ya que de su casa se trata, pero este blindaje dificulta la posibilidad de los que no tienen caseta de entrar a tomar una copa en un sitio decente; y aunque hubo un tiempo en que las casetas de Distrito cumplían este cometido hoy en día por desgracia es mejor ni pasar cerca de ellas, ya que se han convertido en parajes de botellona y de multitud de peleas entre jóvenes a su alrededor.

¿Estos mismos inconvenientes no concurrían en la Feria del Prado? La verdad es que unos si y otros no. Allí la Feria no era incómoda como fácilmente se comprende. Allí la Feria si era cara y si era clasista, ya que así ha sido siempre, pero se da la circunstancia de que yo era un niño, o un joven imberbe, o un joven casi veinteañero mientras la Feria estuvo en el Prado, y no cabe duda de que estos inconvenientes se soslayan mejor siendo joven. Y desde luego alli no había jóvenes formando bulla ni malos rollos.



Además, la Feria del Prado tenía su espacio de desahogo para todos aquellos que no tenían caseta que llevarse a la boca: La Plaza de España y por añadidura todo el Parque de María Luisa. Aquella Plaza de España llena de gente, de corros cantando y bailando, de diversión generalizada o simplemente de descanso en los bancos representativos de las ciudades españolas. Sólo era necesario, al igual que pasa en las actuales botellonas, irse provisto de las correspondientes botellas de fino o manzanilla, e incluso había quien iba bien preparado y llevaba también el condumio. En las calles del Prado la alegría de las casetas privadas, en la Plaza de España la feria paralela, la de los jóvenes sobre todo que a falta de caseta improvisaban año tras año su particular Feria en tan incomparable marco.



Y después de mucho cantar, mucho bailar, mucho comer,  y mucho reir, a la calle del Infierno, pero no andando varios kilómetros, sino allí mismo, a dos pasos como quien dice. Naturalmente, aquella calle del Infierno no tenía nada que ver con la de hoy en día. Bien en verdad que en 1.972(último año de la Feria en el Prado) ya habían comenzado a aparecer cacharros más arriesgados que los tradicionales pero aun estaban lejos los atrevidos cacharros de hoy en día que llevan a los que se suben a increíbles alturas haciéndolos caer a peso, o poniéndolos boca abajo, o dándole vertiginosas vueltas sin parar.

¡Ay!, no sean Vds. quisquillosos. Ya sé que se llaman atracciones y no cacharros, pero no puedo sustraerme al encanto del magnífico nombre que en mi niñez tenían. Ningún niño de aquella época diría vamos a montarnos en las atracciones, sino vamos a los cacharritos. Y aunque cada uno tenía su nombre específico, tiovivo, noria(¿se acuerdan de aquella antigua noria de madera?), látigo, coches locos, torpedos, tren de la bruja, etc., su nombre genérico para los niños era cacharritos. Y todo ello sin olvidar las barracas donde pegar unos tiros para ganar un puro Alvaro de boquilla, o en el peor de los casos una gorda bola de anis, jugar a la tómbola o pescar los patitos.




Los tiempos pasan, y aunque nos gustaría que algún tiempo en concreto volviera, la verdad es que nunca volverán, como nunca volverá aquella entrañable Feria de Abril tan a mano, tan cerca de todo, tan pequeña y coqueta; la Feria del Prado de San Sebastián; la misma que un día murió y dio paso a la Feria de Los Remedios; la misma que pronto morirá y dará paso a la Feria de la Cartuja, que será aún más grande, aún más magnífica; pero seguramente también, aún más incómoda.

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