martes, noviembre 30, 2010

SE PERDIERON TANTAS COSAS (II)

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LAS CARBONERIAS.- Y también los carboneros. Quizás por ello esto hubiera merecido figurar en profesiones y ocupaciones perdidas. Como su propio nombre indica eran establecimientos donde se vendía carbón; por regla general exclusivamente carbón y derivados como el cisco picón. Tal vez usted se pregunte por qué sólo vendían carbón; pues el asunto es simple: absolutamente todo estaba impregnado del negro polvo que el carbón soltaba, incluido el carbonero, que parecía negro. La carbonería que recuerdo, y a la que iba frecuentemente por carbón y cisco picón estaba en la calle Quirós. Era un local, con puerta de entrada grande; a la entrada había un mostrador al cual no podía uno acercarse so pena de salir tiznado, y detrás del mostrador todo negrura. El carbón y el cisco amontonado, la pequeña pala que le servía al carbonero para coger el carbón del montón al cartucho de papel periódico en que te lo envolvía, el propio carbonero y el polvillo que levantaba cada vez que removía algún montón eran toda una sinfonía enlutada que daba respeto por la negrura.




LAS CATALITICAS.- Está claro que el motivo por el que se perdieron las carbonerías y los carboneros fue porque el gas vino a sustituir al carbón como fuente de calor, tanto en las cocinas para guisar como en toda la casa para proporcionar calor.

Una de las primeras fuentes de calor fueron aquellas estufas catalíticas que hicieron su aparición en los años 60 y que inmediatamente comenzaron a sustituir a los braseros de carbón y cisco. La verdad es que a mi siempre me dieron la sensación de ser muy peligrosas, y realmente lo eran, ya que el fuego podía tocarse con las manos, cosa que era especialmente temible por los niños.

EL PETRÓLEO.- Tengo recuerdos encontrados con esto, ya que me acuerdo de que el petróleo que se vendía por litros para uso industrial también lo compraba en la calle Quirós, en un local contiguo a la carbonería de la que hablé antes, pero también recuerdo a repartidores con latones y embudos que lo vendía por las casas (quizás fue en una etapa anterior). En cualquier caso, este petróleo es algo cuya venta también ha desaparecido. A mi me llamaba mucho la atención el aparato con manivela que servía para expender el petróleo. Cada vuelta de esa manivela representaba un litro, y al voltearla, en un cilindro de cristal subía un émbolo que dejaba paso al petróleo, y al bajar lo sacaba por la boca de salida hacia la botella o latón que el cliente llevaba.

Estos artilugios también se veían en las tiendas de ultramarinos donde servían para expender el aceite. Por cierto, y hablando de ultramarinos, también se perdieron aquellas viejas tiendas.



LAS TIENDAS DE ULTRAMARINOS.- Las tiendas de ultramarinos (de las que aun quedan algunos vestigios en Sevilla, más piezas de museo que efectivas tiendas), abundaban y florecían por doquier en los años 50-60. La razón de esto era bien simple: no había frigoríficos y por tanto era imposible conservar los alimentos, por lo que era necesario comprar cada día lo sucinto para ese día en el caso de los artículos perecederos; y ya también, dado el escaso peculio de la mayoría de las familias, pues todo se compraba de a poca cantidad, que al fin y al cabo la tienda estaba cerca.

Hasta donde recuerdo, la tienda de mayor trasiego de mi barrio era Ultramarinos Colás, que estaba en la esquina de Almansa con Santas Patronas. D. Anselmo Colás era su propietario y sus hijos Pedro y Manoli también estaban en la tienda, aunque me parece recordar que dado que tenían siempre muchísimo jaleo tenían empleados también. Recuerdo también la de Evaristo en la calle Galera y la de Garzón, al lado de la entrada del Mercado de Entradores.

¿Qué vendían en estas tiendas? Pues prácticamente cualquier alimento que pudiera comprarse en aquellos días; desde jamón cortado a mano hasta chícharos, garbanzos o arroz, latas de conservas, fiambre al corte, café, chocolate... en fin, absolutamente de todo. “¡Pedro!, ponme y cuarto y mitad de jamón, ¡ah! y ponme también medio kilo de arroz. Y allá que iban cuchillo en ristre partiendo el jamón, o pala en ristre para servir el medio kilo en papel de estraza que después de pesado era hábilmente liado. Después de servido todo, en una tira de papel de estraza y con el lápiz que cada dependiente llevaba convenientemente puesto a la oreja, le hacían al cliente la cuenta.



(Antigua tienda de ultramarinos en calle Arfe, hoy en día ya cerrada)

Fui a estas tiendas muchas veces acompañando a mi madre, y también cuando mayorcillo para hacer los “mandaos” a los que me mandaba mi madre. Fenomenal recuerdo en mi mente de las cajas redondas de arenques, que se exponían abiertas, con un gran cartel que ponía los céntimos que costaba cada unidad.

Hoy no quedan apenas tiendas de ultramarinos, ya que la gente prefiere ir al híper y a golpe de tarjeta llevarse en el coche comida para una o dos semanas. Viva el lujo y quien lo trujo.


(Casa Palacios en la calle Porvenir)

Si no conoció estas tiendas, pásese por Casa Palacios en la calle Porvenir o La Pajarita de calle Baños. Mientras toma una copa contemplará Vd. unas joyas del pasado aún en pie.

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