sábado, noviembre 13, 2010

SE PERDIERON TANTAS COSAS (I)

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Hace ya algún tiempo (¡ojú, cómo se va el tiempo!) titulé un post mío “Niña, se perdió la orza”, y venía a cuento de las cosas de cocina que no habían soportado el paso del tiempo y hoy sólo son recuerdo en la retina de quienes vivimos aquellos tiempos.

Con este nuevo título, también frase de las mismas sevillanas de Cantores, quiero seguir trayendo a nuestro recuerdo cosas en general que se fueron; algunas serán materiales y otras serán inmateriales, como por ejemplo ésta con la que comienzo.

EL PIROPO.- Efectivamente, se perdió el piropo, y con él se perdió todas y cada una de las distintas formas de manifestarse de esta demostración de admiración del hombre hacia la mujer. Unos eran finos y elegantes; frases dichas con gracia y elegancia y que cuadraban perfectamente con el porte de la destinataria; por lo general el hombre se paraba admirado viendo venir a la mujer, y al pasar por su lado, cual torero dando un lance, soltaba su piropo. Otros eran por el contrario bastos, dichos con poca gracia y en general no tenían nada que ver con la destinataria; en estos casos el hombre no sólo soltaba su piropo al paso de la mujer, sino que la perseguía acosándola verbalmente durante algunos pasos que en ocasiones se me antojaban demasiados.



Y por último estaban los piropos directamente groseros, que generalmente ponían énfasis no sólo en la hermosura de la destinataria, sino también en los atributos varoniles del remitente ( ¡Que buenas estás!, te cogía y te hacía tal y cual). En muchas ocasiones uno no podía por menos de pensar que lo único que le sobraba al piropeador era lengua, y que no duraría ni un asalto ante la piropeada; vamos, que aquello era mucho arroz para tan poco pollo. Estos piropos se escuchaban generalmente en las obras, aunque también había personajes sueltos capaces de tales burradas.

SACAR SILLAS A LA CALLE.- Esto era una costumbre que probablemente hoy en día aún se de en algunos sitios; quizás en algunos pueblos o algunos barrios de Andalucía. En aquellos años cuando caía la noche veraniega, los vecinos (sobre todo las vecinas) salían a la calle pertrechados de su correspondiente silla (normalmente de enea) y en la acera del portal de cada casa se improvisaba una curiosa reunión. Evidentemente el motivo era el huir de las casas recalentadas durante todo el día y tomar el fresco nocturno; pero sin duda lo que la reunión deparaba una noche tras otra era de por sí motivo más que suficiente para que se produjera espontáneamente. Las risas, las bromas y chistes de alguien que siempre era el gracioso oficial del grupo, cuando no el corte de trajes a otros vecinos de la calle o incluso de la misma casa que no estuviera en la reunión, el deambular de los viandantes, o incluso una sonada pelea entre dos marujas. El caso era tomar el fresco, pero también echar un buen rato.

Testigos de estas reuniones solían ser los grillos, que sólo se dejaban ver muy de vez en cuando, pero que se sentían permanentemente; las paredes blancas de cal sobre las que indefectiblemente había una o varias salamanquesas quietas, expectantes, como si escucharan lo que los vecinos se traían entre manos, hasta que de repente daban una veloz carrera para atrapar algún bichillo; y también alguna que otra chinche que escondida en la enea de las sillas hacía su agosto a costa de los muslos del propietario.

¡Ay que pena no ver ya estas reuniones en nuestras calles!

LOS PUESTOS DE HIGOS CHUMBOS.- Bueno, esto no sé si realmente se han perdido del todo, o todavía existen algunos que vendan, sobre todo en estos tiempos de crisis donde es necesario agudizar el ingenio. El caso es que antiguamente se podía encontrar por múltiples sitios, en la calle, a alguien que desplegaba una improvisada mesa y sobre ella exponía el producto que ofrecía a los viandantes; concretamente higos chumbos, los cuales, a requerimiento del cliente, el vendedor pelaba con una maestría realmente singular y sin clavarse una sola espina. Para acompañarlos, solamente búcaros con agua fresquita, de los cuales el comprador podía servirse después de haber ingerido los higos.




Hasta aquí la primera parte de "Se perdieron tantas cosas". Vendrán más, muchas más, ya que han sido muchas cosas las que se ha perdido en tan poco tiempo

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