PACA, LA DEL TABACO- “La Paca” era el lugar de encuentro obligado de muchos de los mozalbetes de mi barrio allá en los 60-70.
Paca era una señora que todas las tardes del año, indefectiblemente montaba su improvisado quiosquillo consistente en dos cajas de cerveza o refresco y un canasto en la confluencia del Paseo Colón con la calle Adriano, al lado del bar Luis y entre éste y el comercio llamado Todogoma. Aclararé que de los dos cajones antedichos uno le servía para sentarse y el otro para poner encima su canasto en el que exhibía el tabaco que vendía, ya que era casi exclusivamente tabaco lo que vendía, si bien también se ayudaba con paquetes de pipas y alguna que otra chuchería menuda.
(En el chaflán que hace la esquina, entre la farola y el quiosco se podía encontrar a Paca todas las tardes)
Paca era otra superviviente. Mujer viuda con hijos que le echó, como tantas otras en sus circunstancias, muchos arrestos a la vida en una época en que las mujeres trabajadoras no eran habituales; y de esta forma todo los días podía vérsela donde he relatado, independientemente de que hiciera frío, calor o llovieran chuzos de punta.
¿Por qué era el lugar de reunión? Muy fácil; a casi todos los chavalillos que ya nos había dado por fumar pese a nuestra temprana edad (13-14) años, nos venía muy bien ese punto de reunión, tanto por estar relativamente alejado de nuestras casas como para que no nos pillara la figura paterna, como por ser el lugar donde se podían comprar cigarrillos sueltos; además, siempre teníamos ocasión de convertirnos en personas solidarias, porque si tú un día tal cual no tenías dinero siempre llegaba el amigo que te convidaba a un cigarro, y viceversa.
MANUEL,
TBOS y NOVELAS.- Ya aludí a Manuel cuando hablé de los TBOS.
Manuel
era un hombre que había convertido la afición de cierta lectura en
la ocupación necesaria para su sustento. Su rasgo personal más
peculiar es que era una persona seriamente afectada en sus piernas
por alguna dolencia (probablemente polio en la infancia) que le
impedía andar si no era ayudado por unas muletas, y éstas solo le
permitían desenvolverse en pequeños espacios pero no para ninguna
caminata. ¡Ah! Otro rasgo personal, seguramente el más
significativo, es que era una excelente persona que tenía una
paciencia infinita para lidiar con tantos niños como se acercaban a
su “quiosquillo”.
Manuel
se dedicaba a vender y cambiar Tbos y novelas. Los Tbos eran, sobre
todo, de los llamados de risa que ya reseñé en su escrito
correspondiente. Las novelas (aunque nunca fui aficionado a esa
lectura si que podía ver el trasiego de ellas cuando iba), eran
sobre todo del oeste (Marcial Lafuente Estefanía y similares), así
como de amor (Corín Tellado y similares). Ambas cosas, Tbos y
novelas, eran de segunda mano, y en el caso de los Tbos se podían
comprar (solamente los más nuevos) o cambiar (nuevos y viejos).
Evidentemente comprarlos era más caro que cambiarlos, aunque la
compra tenía la ventaja de que mediante ella te hacías con tu
pequeño patrimonio que luego podías ir cambiando indefinidamente
por un precio menor, aunque había dos tipos de precios, uno para los
Tbos viejos y otros para los nuevos. Tal vez ustedes pensarán que
cómo podían ser nuevos o viejos si todos eran de segunda mano, pero
lo cierto es que Manuel lo consideraba nuevo en tanto tuviera buena
presencia, pero en el momento en que como consecuencia del constante
trasiego de mano a mano el Tbo se deterioraba muy visiblemente le
arrancaba un trozo de su lomo, lo que representaba la señal de que
el Tbo ya era viejo y en consecuencia su precio de cambio menor,
aunque seguía cumpliendo su cometido comercial para su dueño y de
entretenimiento y lectura para los niños que teníamos poca
disponibilidad económica.
Aunque
ya lo dije en el apartado de los Tbos, diré de nuevo que Manuel
tenía su puestecillo en el pequeño zaguán de una casa en la calle
Adriano, frente a la capilla del Baratillo, más exactamente al lado
de la bodeguita San José, en una casa que aún existe, como puede
verse en la captura de Google maps que les dejo. No perdí su
contacto ni incluso de joven, ya que también vendía cupones de la
Once y durante mucho tiempo estuve suscrito a un cupón diario que me
guardaba hasta que aparecía por allí y hacíamos cuentas,
liquidándole su importe.
Éste
también es un homenaje no sólo para Manuel, sino también para otras
personas similares que en los distintos barrios alegraban la vida a
todos aquellos niños que no podían costearse Tbos nuevos con otros
a coste reducido; eso si, algo atrasados, aunque esto no tenía mayor
importancia si nunca los habías leído anteriormente.
LA
VENENO.- . Voy a referirme a esta señora, que me parece recordar que
se llamaba Carmen, aunque no estoy del todo seguro, ya que yo era muy
niño
Carmen
era una señora que tenía una pescadería en la calle Segura, y
aunque puedo estar equivocado porque era muy niño entonces, estoy
casi seguro de que todo el mundo la denominaba la veneno sin
ocultarse; vamos, quiero decir que no se trataba de ningún mote
despectivo.
Lo
cierto y verdad es que la pescadería de la veneno gozaba fama de ser
una de las mejores de Sevilla, y era habitual un constante trasiego
de personas en busca del pescado fresco.
Sin
ninguna duda, ella era una señora con una personalidad
impresionante. Aún me parece estar viéndola sentada en su silla,
con vestido negro y su delantal blanco de pescadera, desde la que,
con gesto grave, dirigía las acciones de sus hijos y empleados a su
cargo.
(Calle Segura en la actualidad)
Ignoro
si era viuda, aunque lo deduzco por su vestido negro, pero en
cualquier caso, una vez más tenemos un ejemplo de cómo las mujeres,
en aquellos años tan difíciles para ellas, cuando era necesario
cogían las riendas y se ganaban el pan, incluso tan duramente como
los hombres.
En el próximo terminaremos con los personajes de un barrio. Gracias a todos por su atención.
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