Voy
a escribir ahora sobre los personajes ineludibles de mi barrio en
aquellos años de mi niñez; personajes que son igualmente
ineludibles en mi vida, ya que siguen en mi recuerdo y a buen seguro
me acompañarán en él hasta el día en que ya no me sea posible
recordar nada.
Unos
vienen aquí porque fueron realmente entrañables para mí, mientras
que otros lo hacen simplemente porque dejaron su recuerdo en mi
mente, bien por ser personas de marcada personalidad y/o singularidad
o bien simplemente por ser personas “públicas” en el sentido de
que ejercían su profesión en la calle o en un local de ella. Unos
serán recordados por casi cualquier persona de mi edad que me lea,
ya que su fama traspasó las fronteras de mi barrio, otros serán
simplemente personas desconocidas para la mayoría; pero en cualquier
caso, estoy seguro de que todos traerán a su mente recuerdos de
personajes similares en su barrio de nacimiento, en aquellos años de
su niñez, tan difíciles pero tan maravillosos al mismo tiempo.
VICENTE,
EL DEL CANASTO.- Este es probablemente el más mediático de todos,
ya que Vicente es un personaje bien conocido en toda Sevilla; sin
embargo era por estos parajes de mi barrio y aledaños donde ejercía
su ministerio consistente en la venta de almendras (sic). Y digo
(sic) porque Vicente, como bien canta el Pali en la sevillana que le
dedicó, no vendía generalmente ni una puñetera almendra, ya que
siempre los chiquillos se apañaban para quitarle parte del género,
aunque en honor a la verdad debo de decir que los niños sólo hacían
aprovechar lo que inevitablemente se perdería, ya que Vicente solía
emborracharse de taberna en taberna y su género terminaba
perdiéndose aquí o allá, bien olvidado en cualquier rincón o
simplemente por el suelo después de ser revoleado en los increíbles
quiebros que solía hacer a todos los coches que se cruzaran en su
camino, ya que con el alcohol le daba por esta peligrosa costumbre de
salir al encuentro de los coches y torearlos mientras pasaban, al
tiempo que hacía visera con una mano y en la otra llevaba su
canasto.
Vicente
es uno más de muchas personas de aquella época que eran
considerados “locos” sin más, y a los que por no representar
peligro para sus semejantes simplemente no se les prestaba atención
médica para su enfermedad mental concreta, que sin duda hoy en día
hubieran detectado y tratado correctamente. Y conste que digo esto
sin ningún tipo de conocimientos médicos, pero es que en aquellos
años y sólo en mi barrio había varias personas más, similares a
Vicente, con la única salvedad de que no eran tan conocidos, pero al
contrario que Vicente eran tremendamente peligrosos en sus propias
casas. Más de una mujer de aquella época sufrió en sus carnes los
desmanes de estos dementes con alguna enfermedad mental concreta a la
que el consumo de alcohol hacía salir con toda su crudeza.
Y
que conste que este tipo de comportamientos violentos que acabo de
reseñar no tenían nada que ver con Vicente, que era un personaje
entrañable y totalmente inofensivo del que, desgraciadamente, se
reía mucha gente, no solamente los niños.
PACO,
UN VECINO CUALQUIERA.- Paco era un vecino de mi casa; uno anónimo,
cuya mayor cualidad era ser una excelente persona, seguramente como
otros muchos que cualquier persona de mi edad que haya vivido en una
casa de vecinos podrá recordar, y le brindo este pequeño recuerdo
en homenaje a aquellos hombres oscuros de una época oscura que
vivieron el amargo trago de una guerra civil y tuvieron que
ingeniárselas para sobrevivir a una penosa posguerra de larga
duración.
Paco
trabajaba como administrativo en un comercio. A diario iba y venía
cuatro veces, andando, desde su casa a su trabajo. Cuando llegaba a
casa a mediodía para almorzar, por aquello de la singular poca
intimidad de las casas en una casa de vecino, se le podía oír
discutir con su mujer, por tal o por cual. Cuando volvía a casa por
la tarde-noche después del trabajo, venía algo tambaleante por los
vinillos que se había tomado en algunas tabernas del camino, y en su
bondad nunca olvidaba a los niños, ya que se guardaba los cacahuetes
que le servían de aperitivo para repartirlos entre los chiquillos
que apenas lo veían enfilar la calle le pedían sacara de sus
bolsillos el suculento regalo. Ya en su casa, de vez en cuando se le
volvía a oír discutir con su mujer por esto o por aquello.
Pero
no piensen ustedes ni por un momento que Paco y su señora no se
querían. Eran personas de entre 50 y 60 años que habían decidido
unir sus vidas muy jóvenes, y esto da una relación especial de
cariño, aunque lógicamente (ayer igual que hoy) los matrimonios
discutieran por sus cosillas; la única diferencia es que hoy en día,
por una centésima parte de lo que soportaban antaño uno y otra ya
comienzan a hablar de separación.
Para
un niño era difícil entender algunas cosas, pero hoy en día
después de 36 años de matrimonio precedidos de más 6 de noviazgo
propios, comprendo perfectamente que esta pareja se quería con toda
el alma.
Aplíquense
el cuento. Sean pacientes con su pareja. No hay nada más bonito que
poder ver envejecer al ser querido.
ANTONIO,
EL PRACTICANTE.- En un escrito reciente comenté sobre los
practicantes y su ritual. Hoy voy a escribir sobre el practicante de
referencia en mi barrio. Se llamaba Antonio y vivía en la calle
Trastamara, ya cerca de la Plaza de la Legión.
No
me pregunten cual Plaza de la Legión. La hoy Plaza de Armas se
llamaba así entonces.
(En la casa que se ve detrás del quiosco, donde está aparcado el coche, vivía Antonio)
Antonio
era una persona bajita de cuerpo, algo regordete y con un bigote muy
característico. Llegaba acompañado de su maletín donde guardaba
los pertrechos propios de su profesión y era un personaje
dicharachero que aliviaba su normalmente grave presencia (por el
pinchazo esperado) con una agradable conversación.
De
entre el ritual que ya relaté en un mencionado escrito anterior,
debo de destacar el sonido característico que salía de la fricción
del botecito contenedor de los polvos antibióticos una vez que se le
había añadido el disolvente y era agitado para mezclar ambos
elementos. El caso es que Antonio empleaba como parte de ese proceso
mezclador no solamente la agitación del frasco sino que también lo
cogía entre sus dos manos abiertas haciéndolo girar de un lado a
otro como si se frotara las manos; y como Antonio llevaba su anillo
de casado en su mano derecha, cada vez que el bote chocaba contra él
se oía ese clic clic que todavía puedo seguir oyendo en mi
recuerdo.
A
pesar de todo esto, Antonio no era un personaje especialmente
agradable para los niños, que temíamos más a un pinchazo que a
una vara verde, y como quiera que si la inyección era para un niño
los padres no solían decírselo para evitarte momentos de mal trago,
ante su presencia el niño esperaba ansioso para ver si una vez
terminado su ritual alguien se descubría la nalga salvadora o por el
contrario venían a por ti y tu pobrecita nalga.
En
honor de Antonio debo de decir que siempre que pinchaba a un niño
solía, después de haber cobrado y antes de irse entregarle al niño
algún caramelillo o unos cacahuetes. ¡Caramba! Esto de los
cacahuetes me suena.
En
el próximo, más personajes
2 comentarios:
LOS COMENTARIOS BUENISIMOS,YO ME CRIÈ ENTRE EL BARRIO SANTA CRUZ Y PUERTA LA CARNE,PERSONAJES COMO LOS NOMBRADOS ,TENIAMOS POR SUERTE PARA LOS CRIOS DE NUESTRA EPOCA POR TODOS SITIOS DE ESTA SEVILLA TAN MARAVILLOSA,SALUDOS Y GRACIAS
Gracias por su comentario. Y también por leerme.
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