viernes, junio 28, 2013

PERSONAJES DE UN BARRIO (I)

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Voy a escribir ahora sobre los personajes ineludibles de mi barrio en aquellos años de mi niñez; personajes que son igualmente ineludibles en mi vida, ya que siguen en mi recuerdo y a buen seguro me acompañarán en él hasta el día en que ya no me sea posible recordar nada.

Unos vienen aquí porque fueron realmente entrañables para mí, mientras que otros lo hacen simplemente porque dejaron su recuerdo en mi mente, bien por ser personas de marcada personalidad y/o singularidad o bien simplemente por ser personas “públicas” en el sentido de que ejercían su profesión en la calle o en un local de ella. Unos serán recordados por casi cualquier persona de mi edad que me lea, ya que su fama traspasó las fronteras de mi barrio, otros serán simplemente personas desconocidas para la mayoría; pero en cualquier caso, estoy seguro de que todos traerán a su mente recuerdos de personajes similares en su barrio de nacimiento, en aquellos años de su niñez, tan difíciles pero tan maravillosos al mismo tiempo.

VICENTE, EL DEL CANASTO.- Este es probablemente el más mediático de todos, ya que Vicente es un personaje bien conocido en toda Sevilla; sin embargo era por estos parajes de mi barrio y aledaños donde ejercía su ministerio consistente en la venta de almendras (sic). Y digo (sic) porque Vicente, como bien canta el Pali en la sevillana que le dedicó, no vendía generalmente ni una puñetera almendra, ya que siempre los chiquillos se apañaban para quitarle parte del género, aunque en honor a la verdad debo de decir que los niños sólo hacían aprovechar lo que inevitablemente se perdería, ya que Vicente solía emborracharse de taberna en taberna y su género terminaba perdiéndose aquí o allá, bien olvidado en cualquier rincón o simplemente por el suelo después de ser revoleado en los increíbles quiebros que solía hacer a todos los coches que se cruzaran en su camino, ya que con el alcohol le daba por esta peligrosa costumbre de salir al encuentro de los coches y torearlos mientras pasaban, al tiempo que hacía visera con una mano y en la otra llevaba su canasto. 

                                   


Vicente es uno más de muchas personas de aquella época que eran considerados “locos” sin más, y a los que por no representar peligro para sus semejantes simplemente no se les prestaba atención médica para su enfermedad mental concreta, que sin duda hoy en día hubieran detectado y tratado correctamente. Y conste que digo esto sin ningún tipo de conocimientos médicos, pero es que en aquellos años y sólo en mi barrio había varias personas más, similares a Vicente, con la única salvedad de que no eran tan conocidos, pero al contrario que Vicente eran tremendamente peligrosos en sus propias casas. Más de una mujer de aquella época sufrió en sus carnes los desmanes de estos dementes con alguna enfermedad mental concreta a la que el consumo de alcohol hacía salir con toda su crudeza.

Y que conste que este tipo de comportamientos violentos que acabo de reseñar no tenían nada que ver con Vicente, que era un personaje entrañable y totalmente inofensivo del que, desgraciadamente, se reía mucha gente, no solamente los niños.


PACO, UN VECINO CUALQUIERA.- Paco era un vecino de mi casa; uno anónimo, cuya mayor cualidad era ser una excelente persona, seguramente como otros muchos que cualquier persona de mi edad que haya vivido en una casa de vecinos podrá recordar, y le brindo este pequeño recuerdo en homenaje a aquellos hombres oscuros de una época oscura que vivieron el amargo trago de una guerra civil y tuvieron que ingeniárselas para sobrevivir a una penosa posguerra de larga duración.

                                      


Paco trabajaba como administrativo en un comercio. A diario iba y venía cuatro veces, andando, desde su casa a su trabajo. Cuando llegaba a casa a mediodía para almorzar, por aquello de la singular poca intimidad de las casas en una casa de vecino, se le podía oír discutir con su mujer, por tal o por cual. Cuando volvía a casa por la tarde-noche después del trabajo, venía algo tambaleante por los vinillos que se había tomado en algunas tabernas del camino, y en su bondad nunca olvidaba a los niños, ya que se guardaba los cacahuetes que le servían de aperitivo para repartirlos entre los chiquillos que apenas lo veían enfilar la calle le pedían sacara de sus bolsillos el suculento regalo. Ya en su casa, de vez en cuando se le volvía a oír discutir con su mujer por esto o por aquello.

Pero no piensen ustedes ni por un momento que Paco y su señora no se querían. Eran personas de entre 50 y 60 años que habían decidido unir sus vidas muy jóvenes, y esto da una relación especial de cariño, aunque lógicamente (ayer igual que hoy) los matrimonios discutieran por sus cosillas; la única diferencia es que hoy en día, por una centésima parte de lo que soportaban antaño uno y otra ya comienzan a hablar de separación.

Para un niño era difícil entender algunas cosas, pero hoy en día después de 36 años de matrimonio precedidos de más 6 de noviazgo propios, comprendo perfectamente que esta pareja se quería con toda el alma.

Aplíquense el cuento. Sean pacientes con su pareja. No hay nada más bonito que poder ver envejecer al ser querido.


ANTONIO, EL PRACTICANTE.- En un escrito reciente comenté sobre los practicantes y su ritual. Hoy voy a escribir sobre el practicante de referencia en mi barrio. Se llamaba Antonio y vivía en la calle Trastamara, ya cerca de la Plaza de la Legión.

No me pregunten cual Plaza de la Legión. La hoy Plaza de Armas se llamaba así entonces.

                                             
(En la casa que se ve detrás del quiosco, donde está aparcado el coche, vivía Antonio)


Antonio era una persona bajita de cuerpo, algo regordete y con un bigote muy característico. Llegaba acompañado de su maletín donde guardaba los pertrechos propios de su profesión y era un personaje dicharachero que aliviaba su normalmente grave presencia (por el pinchazo esperado) con una agradable conversación.

De entre el ritual que ya relaté en un mencionado escrito anterior, debo de destacar el sonido característico que salía de la fricción del botecito contenedor de los polvos antibióticos una vez que se le había añadido el disolvente y era agitado para mezclar ambos elementos. El caso es que Antonio empleaba como parte de ese proceso mezclador no solamente la agitación del frasco sino que también lo cogía entre sus dos manos abiertas haciéndolo girar de un lado a otro como si se frotara las manos; y como Antonio llevaba su anillo de casado en su mano derecha, cada vez que el bote chocaba contra él se oía ese clic clic que todavía puedo seguir oyendo en mi recuerdo.

A pesar de todo esto, Antonio no era un personaje especialmente agradable para los niños, que temíamos más a un pinchazo que a una vara verde, y como quiera que si la inyección era para un niño los padres no solían decírselo para evitarte momentos de mal trago, ante su presencia el niño esperaba ansioso para ver si una vez terminado su ritual alguien se descubría la nalga salvadora o por el contrario venían a por ti y tu pobrecita nalga.

En honor de Antonio debo de decir que siempre que pinchaba a un niño solía, después de haber cobrado y antes de irse entregarle al niño algún caramelillo o unos cacahuetes. ¡Caramba! Esto de los cacahuetes me suena.

En el próximo, más personajes





2 comentarios:

LOS COMENTARIOS BUENISIMOS,YO ME CRIÈ ENTRE EL BARRIO SANTA CRUZ Y PUERTA LA CARNE,PERSONAJES COMO LOS NOMBRADOS ,TENIAMOS POR SUERTE PARA LOS CRIOS DE NUESTRA EPOCA POR TODOS SITIOS DE ESTA SEVILLA TAN MARAVILLOSA,SALUDOS Y GRACIAS

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Gracias por su comentario. Y también por leerme.

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