jueves, febrero 18, 2010

DE TABERNAS, BARES Y LUPANARES(I)

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Unos establecimientos con los que un niño se familiariza desde su más tierna infancia son los bares, ya que están por todos sitios. Pero en los años de mi infancia no solamente había bares, sino que se repartían el protagonismo de forma por igual los bares y las tabernas. Hablo de tabernas de verdad, no de aquellos establecimientos que hoy en día dan en llamarse tabernas y que solo tienen de tales el nombre. Tabernas como las de antes quedan ya muy pocas. La bodeguita San José en la calle Adriano es probablemente el último bastión tabernero aun en pie de la Sevilla de mi barrio, ya que de las tabernas que conocí en los años 50-60 no queda ninguna en aquella zona. En Sevilla tabernitas como las del Salvador o Casa Vizcaíno en la calle Feria son auténticas, por lo escasas, perlas. Hace tiempo que no paseo por las callejuelas de La Macarena (Pedro Miguel, Divina Pastora, Palacios Malaver, San Luis, etc), pero estoy seguro de que en estos parajes será más fácil de encontrar joyas del pasado en forma de tabernas.



(La bodega San José en calle Adriano, en la actualidad)

Nótese que hablo de tabernas y no de bodegas. A estas alturas en que cualquiera abre un establecimiento hostelero y le denomina taberna, bodega, abacería o casa de postas es muy fácil confundir una cosa con otra. Las tabernas de aquellos años eran establecimientos distintos a las bodegas y a los bares. Básicamente la diferencia estaba en que los bares podían servir café y las tabernas y bodegas no, pero mientras que en las tabernas prácticamente sólo se bebía, en las bodegas acompañaban el líquido elemento con algún tipo de condumio, y el producto estrella, almacenado en barriles, eran los vinos. Como ejemplo de las antiguas bodegas, tenemos todavía algunos establecimientos en Sevilla como Morales, Góngora o Díaz-Salazar (todavía existen). Estos establecimientos podríamos denominarlos bodegas urbanas, mientras que las bodegas más rancias, las grandes de sagrado silencio y altos techos estaban fuera de Sevilla, por ejemplo Gaviño en La Pañoleta, Góngora en Villanueva o Salado en Umbrete. Tampoco meto dentro de esta categoría de taberna a establecimientos reconvertidos, como por ejemplo El Rinconcillo, sin duda el más antiguo de Sevilla, pero lejos hoy en día de parecerse a una taberna de las antiguas.

Esas extrañas joyas hoy en día casi desaparecidas eran lugares para beber. Como es natural su clientela eran exclusivamente hombres y rara vez se aventuraba una mujer a entrar en una de ellas; tanto es así que recuerdo que tanto yo como la mayoría de chiquillos varones éramos los encargados de ir a ellas cuando en casa se necesitaba un vasito de vino para la comida o uno de ginebra para el dolor de barriga. Al entrar en uno de aquellos establecimientos te daba un olor característico, de los que ya se sienten poco, mezcla del aguardiente y coñac servidos por las mañanas, del vino del resto del día y del serrín que generosamente se echaba en el suelo, y que solía estar lleno de huesos de aceituna o de cáscaras de cacahuetes, que era lo único que se ponía para picar. Tras el mostrador un camarero, camisa blanca, mandil blanco a la cintura y tiza a la oreja, que la tiza era un elemento indispensable para ir apuntando en el mostrador de madera las cuentas de los clientes, que en aquellos tiempos no había mostradores de aluminio todavía.

Había una tabernita en la calle Segura, en la accesoria en la que más tarde nació Auto Recambios Segura, (una empresa ésta que con el tiempo se ha convertido en una empresa de solera en Sevilla). Su propietario se llamaba Joaquín, y era de algún pueblo de Huelva. Vendía mucho ya que el Barranco estaba muy cerca y los pescaderos eran clientes habituales, como también lo eran de los dos quioscos de la calle Arjona, de los cuales uno todavía existe aunque reformado y el otro se trasladó también reformado al lado de la nueva estación de autobuses y se llama Los Cosarios.

En la calle Marqués de Paradas había otra taberna; esta era más grande y estaba casi en la confluencia con Reyes Católicos, donde hoy en día se ubican el Banco de Andalucía y Cajasur. Y luego estaban las de calle Adriano, la ya mencionada San José, y otra en la esquina con López de Arenas que ha estado abierta hasta hace pocos años.

Seguro que me he dejado atrás algunas, probablemente muchas, pero yo era entonces un chiquillo y no frecuentaba esos establecimientos, por tanto sólo puedo acordarme de los que me cogían muy cerca o de los que han sobrevivido.

Probablemente no aportaban mucho, ni eran edificantes, aunque si que tenían su razón de existir en un mundo en el que eran la única salida para los jornaleros que volvían después de un duro día de trabajo y no disponían de dinero para ir a otros establecimientos mejores. La gran mayoría de gente hoy en día tildaría aquellas tabernas de cutres, pero yo me alegro mucho cuando paso por algún sitio que no frecuentaba y veo que alguna de ellas aún sigue en pie y tal y como estaban entonces.




(Bodega Vizcaíno en calle Feria)

Si conoce alguna, hágame un favor: al pasar párese un momento, tómese algo y deléitese con esa joya del pasado. Contribuirá a que siga abierta, y sin duda observará cosas que le agradarán profundamente.

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