viernes, febrero 05, 2010

CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO

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Esta frase como todo el mundo sabe está sacada del Quijote. Don Quijote y Sancho antes de dar comienzo a su segundo viaje deciden visitar El Toboso para ver a Dulcinea y literalmente se topan con los muros de la iglesia. El sutil humor cervantino deja abierto al pensamiento todo aquello que representaba topar con la iglesia en aquellos tiempos, y no literalmente. Pues bien, en la época de mi niñez también se topaba con la iglesia permanentemente.

 La iglesia tenía en aquella época un papel preponderante en lo cotidiano, y a los niños se les educaba en la creencia en Dios y en el cristianismo, así como en el respeto a todo lo sagrado, incluida la iglesia como institución. Para hacerse una idea de esto, baste con citar que donde quiera que estuviéramos los chiquillos si veíamos venir a un cura por la calle inmediatamente íbamos a besarle la mano. Recuerdo innumerables veces en que los chiquillos estábamos inmersos en cualquier juego, y se abandonaba para besar la mano del sacerdote, y a continuación se retornaba a él en el mismo sitio en que se había abandonado por la perentoria y obligatoria necesidad. Tal era el sentir cristiano, que en aquellos tiempos si un  chiquillo le escupía a otro se le decía judío; era costumbre y los chiquillos simplemente lo decían sin pararse a pensar del por qué de ese insulto. Está claro que tenía que ver con el hecho de que los judíos escupieron a Jesús.


Recuerdos acerca de esto tengo muchos. Algunos resultarán increíbles a los jóvenes. Por ejemplo ¿alguien creería que existía gente que iba por las casas llevando un altar ambulante? Tal y como suena. Se trataba de una caja rectangular de madera con el frontal de cristal sobre el que se abatían dos puertecitas también de madera para transportarla cerrada y evitar golpes al cristal, Este altar iba de casa en casa y permanecía en cada una de ellas uno o más días (esto no recuerdo bien como se regía). Lo cierto es que el altar llevaba una especie de cepillo cerrado con una abertura para que cupieran monedas o billetes. Éste era el costo de tener la capilla en casa, echarle al cepillo la voluntad. Supongo que en aquellos tiempos era importante no ser tacaño con estos asuntos, como supongo también (esto nunca lo supe) que el propietario del altar era la iglesia, aunque bien pudiera ser que me llevara una sorpresa con ello si algún día supiera la verdad.

Hoy en día es muy difícil encontrar alguien que lleve un escapulario. Para el que no lo sepa, un escapulario era como un collarcito de cuerda que llevaba en cada uno de sus dos extremos pequeñas estampas de santos plastificadas. O bien se llevaban permanentemente colgados, o bien las madres se las ponían a los hijos en las ocasiones, por ejemplo un examen.




Era costumbre escuchar frases que actualmente están en desuso (abriré un post exclusivamente para estas frases más adelante), tales como “ánimas del purgatorio” o  “la divina providencia”.

Y uno de los signos visibles más singulares era el respeto a los muertos. Desde el luto, que se observaba rigurosamente durante un periodo de tiempo bastante largo, hasta las tradiciones del día de difuntos, algunas de ellas casi perdidas hoy en día, como la de encender mariposas y otras que siguen existiendo aunque vayan en franca decadencia, como la visita al cementerio para blanquear los sepulcros y adornarlos en esas fechas. ¿Qué dice? ¿Que por qué se le metía fuegos a esos animalitos de tan vistosos colores? No, ni mucho menos. Una mariposa era un pequeño cabo que atravesaba un pequeño círculo de cartón, necesario para que el invento flotara en aceite. Se disponía una tacita, se le echaba aceite, se ponían en ella una o más mariposas (dependiendo del número de muertos al que se recordara), se les prendía fuego y se ponía la taza delante de la representación de algún santo, normalmente el Corazón de Jesús o la Inmaculada Concepción.

Para entrar a las iglesias las mujeres necesitaban ponerse un velo sobre la cabeza. Y algunas mujeres llevaban velo negro permanentemente en señal de luto. Ni que decir tiene que acudir a misa los domingos y fiestas de guardar era, si no obligatorio, sí bien visto.

En las procesiones la presencia clerical era mucho más notable que hoy en día. Pero la procesión que a mi me parecía más singular era “Su Majestad”. Se llamaba Su Majestad a una procesión en la que el sacerdote de una parroquia recorría las calles de su feligresía para dar la comunión a los enfermos e impedidos que no podían acudir a la iglesia. Sin duda una loable acción, solo que iba acompañada de una parafernalia impropia, en la que lo que destacaba sobre todo era el palio que cubría al sacerdote. La gente de aquella época recordará que fue notable el enfrentamiento que el Cardenal Segura mantuvo con el General Franco porque éste iba bajo palio a algunos actos, y la iglesia consideraba el palio de su uso exclusivo.


(En algunos pueblos del Aljarafe aún sale la procesión de Su Majestad)

En días en que desde los medios oficiales existe un ataque feroz contra todo lo religioso, este recordatorio sólo es una muestra más de cuánto han cambiado los tiempos en tan solo 50 años. En absoluto es una nostalgia; sólo una exposición de hechos pasados.

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