LA
COPA Y LA ALUCEMA.- En un escrito de hace ya ni sé el tiempo, les
dije que un día les hablaría sobre aquella copa de cisco picón y
carbón que cada mañana de invierno mi abuela preparaba con un
ritual ancestral. Bueno, yo no sé si en su casa se le decía
brasero, pero en mi casa de toda la vida se le llamaba la copa y así
es como me gusta nombrarla.
El hecho es que mi abuela, una señora vestida permanentemente de negro por el luto de su marido muerto años atrás, con el pelo cano y largo, recogido en un moño, babuchas negras propias de señora mayor y delantal para las faenas, todas las mañanas se cogía la copa, le echaba un primer lecho de cisco picón (que ardía más rápido que el carbón) y con la ayuda de alcohol de la farmacia le prendía fuego para a continuación ir añadiendo el carbón. Y luego, a aventar con la ayuda de un soplillo o un cartón cualquiera. Y cuando por fin el carbón prendía, terminaba echando una capa de ceniza de la copa de la noche anterior, para por último llevarla dentro de la casa, porque debo de decir que esta labor la hacía en el corredor, supongo que para evitar el posible riesgo de incendio dentro de la vivienda.
Y
así, en las frías noches de invierno, sin televisión, la familia se
reunía alrededor de una mesa de camilla y la radio, que fuera de ella hacía un
frío que pelaba.
“Niño,
mueve la copa”
“¿Dónde
está la badila?”
“Así
no se mueve niño, primero se va moviendo de los lados hacia arriba y
después se echa la firma en el centro”.
“Echa
un poco de alucema”. La alucema en mi casa se guardaba en una lata
tipo Cola-Cao. Como era barata, no era necesario escatimar demasiado
con ella, de forma que añadiendo un buen puñadito se levantaba una
humareda que llenaba de su agradable olor toda la casa.
Y a la hora de acostarse, con una tapadera de cacerola se tapaba y apretaba fuertemente la copa para que se ahogaran las brasas por falta de oxígeno.
Aunque
hace muuuuuuchos años que no huelo alucema, parece que, si me
esfuerzo, todavía puedo sentir en mi pituitaria aquel olor tan
característico.
LAS
CAJAS DE CERILLOS.- Obviamente, para prender el alcohol necesario
para que el cisco ardiera se necesitaba una fuente ignífuga, y ésta
no era otra que una caja de cerillos. Pero las cajas de cerillos en
aquellos años tenían un aliciente. Se decía que despegando el
rascador, si la barra que éste ocultaba era de color, ésto
representaba un premio en metálico.
La
verdad es que yo despegué muchas veces en mi infancia ese rascador
con la esperanza de ver que la raya, que siempre era negra, cambiaba
algún día de color y nos tocaba algo. Pero como quiera que la
dichosa barra nunca dejó de salir negra, con el tiempo llegué a
pensar que se trataba de un bulo no confirmado y que realmente ni
había premios ni nada.
Con
el tiempo, y gracias a Internet, pude comprobar que sí era vedad
que el premio existía, otra cosa era a quién le tocaría, porque yo nunca oí de nadie. Además, gracias a Internet hasta he podido
conseguir una foto de una de aquellas cajas.
BIEN
DESPACHAO.- “Niño, ponme un cuartito de chorizo y dámelo bien
despachao”. El “dámelo bien despachado” era una fórmula
habitual entre las amas de casa de aquellos tiempos, que al contrario
de las de hoy, que tan sólo tienen que ir al supermercado y tomar lo
que necesiten, tenían que vérselas siempre que lo necesitaran con
el tendero.
No
tengo ni idea de dónde pudo acuñarse una frase tan maja y tan
escuchada en aquellos años; pero no me extrañaría que fuera como
consecuencia de la existencia de algunos tenderos sin escrúpulos que
amañaran los pesos. Y al parecer, a la hora de pedirle algo al
tendero las mujeres se quedaban más tranquilas si el peso en
cuestión marcaba algo más de lo que se había pedido, ya que así, si el
peso estaba amañado se compensaba con el colmo que la mujer pedía
se le echara con la genial frase “Dámelo bien despachao”.
Ya tenemos encima la Feria y quiero aprovechar para desearle a todos mis lectores que les haga buen tiempo y se diviertan mucho. Una vez pasada la Feria retomaré los escritos de sevillanas antológicas, siendo el año 83 el que trataré; un año, por cierto prolífico y venturoso donde los haya.
Ya tenemos encima la Feria y quiero aprovechar para desearle a todos mis lectores que les haga buen tiempo y se diviertan mucho. Una vez pasada la Feria retomaré los escritos de sevillanas antológicas, siendo el año 83 el que trataré; un año, por cierto prolífico y venturoso donde los haya.
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