lunes, diciembre 03, 2012

PROFESIONES Y OCUPACIONES PERDIDAS (Y VI)

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GUARDA-AGUJAS-En estos tiempos en que los trenes alcanzan velocidades casi increíbles y en casi todo el territorio nacional se ha cambiado el ancho de vía, hay mucha gente que, o no se acuerda, o directamente no conoció la labor de estos hombres denominados guarda-agujas.

El guarda-agujas era la persona encargada de cambiar las denominadas agujas del tren en aquellos sitios en que era necesario para que pudiera cambiar de vía cuando era preciso, normalmente al entrar en una estación de muchas vías o salir de ella. 


Una más de las muchas profesiones que han dejado de existir en torno al ferrocarril como consecuencia de la automatización, al igual que los jefes de estación que definí en mi anterior escrito y al igual que otras muchas como distribuidores, guardafrenos, mozos, revisores, fogoneros, etc.

CAJISTA.- Otra profesión que se ha llevado por delante la tecnología y más concretamente los ordenadores.

Los cajistas eran las personas encargadas de confeccionar los moldes que servían para imprimir posteriormente el periódico.


Ni que decir tiene que debían de ser personas con un dominio perfecto de la lengua, ya que no disponían de ningún corrector ortográfico de esos que hoy en día permite escribir como alguien culto a cualquier medio analfabeto; y a pesar de todo, ¡Cuánto medio analfabeto escribe sin usarlo!

PRACTICANTE.- Realmente no se ha perdido la figura de este profesional que posteriormente se llamó A.T.S. y que hoy en día creo que se le conoce como sanitario.

Al igual que el nombre evolucionó con el tiempo, evolucionaron también las funciones de este profesional, que salvo que tuviera algún trabajo fijo en la seguridad social, en los 50-60 tenía que buscarse los garbanzos por la calle pinchando.

El practicante, tal y como yo lo recuerdo, era un profesional que acudía a la casa de las personas que le llamaban para administrarle una inyección. (Ya dije en un escrito que en aquellos años las inyecciones eran muy comunes).


Este profesional llevaba en un maletín sus pertrechos profesionales, que consistían en: varias agujas, una jeringa de cristal (no existían las de plástico) y una cajita metálica llamada hervidor que le servía para guardar la jeringa y una vez abierto para hervirla junto con las agujas, echando alcohol en la tapadera y prendiéndole fuego para después agarrar la caja con una tijera dentada hasta que el agua hervía. En las casas a las que acudía había que proporcionarle agua, algodón y alcohol, y el practicante con estos ingredientes comenzaba su ritual consistente en hervir las jeringas y agujas, mezclar el disolvente con el bote de polvo, llenar la jeringa con el producto líquido resultante, pinchar al enfermo y por último recogerlo todo dejándolo listo para proceder al mismo ritual en la siguiente casa a la que fuera.

Algún día hablaré del profesional que solía ir a mi casa y de aquellas sensaciones que infundía a los niños su presencia, que aún recuerdo nítidamente, al igual que todo el ritual y sus sonidos y efectos visuales.

CIGARRERA.- Una profesión que, aunque yo conocí, no lo hice en su pleno apogeo, ya que yo, y bien que lo siento, no vi a esas cigarreras que el Pali cantaba en sus sevillanas.


Seguramente la de cigarrera no es una profesión que se haya perdido, aunque en realidad ignoro totalmente cuántos puestos de trabajo se habrá podido cargar la tecnología en este sector. Pero lo que sí es seguro es que la profesión se ha transformado, y no solamente no podemos hoy en día ver cigarreras por la calle San Fernando, sino que ni tan siquiera se hacen notar por la calle Juan Sebastián Elcano. Y además, esas cigarreras de hoy en día a buen seguro conocen más de cómo utilizar la máquina que elabora los cigarros que de elaborarlos ellas personalmente.


¡Y pensar que hasta un francés se inspiró en nuestras cigarreras sevillanas para escribir su famosísima obra en la que luego se inspiró a su vez una no menos famosa ópera!

AFILADOR.-Otro oficio existente hoy en día, pero profundamente transformado.

De estos afiladores de hoy en día que logran la tracción que hace rodar la piedra afiladora con un motor de motocicleta o cualquier otro medio mecánico, a aquellos afiladores que iban en sus bicicletas recorriendo las calles y obteniendo la susodicha tracción a golpe de pedaladas, media un mundo.

Cuando el afilador enfilaba la calle y se oía su tradicional instrumento sonoro mediante el que anunciaban su llegada con un soniquete más que conocido, en todas las casas, las mujeres y también los niños si estaban allí, cogían un pañuelo blanco y se lo ponían en la cabeza, ya que se decía que aquello daba suerte.


Y los niños nos extasiábamos ante el trabajo de aquel hombre, que producía tantas chispas cuando pasaba el cuchillo o las tijeras por aquella piedra redonda que giraba a la misma velocidad que lograba transmitir con sus piernas a los pedales de aquellas bicicletas Gaitán u Orbea que si hubieran podido hablar hubieran contado infinidad de historias sobre hojas que llegaron ante su vista romas o incluso melladas y salieron brillantes y dispuestas a cortar cualquier cosa.

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