domingo, enero 17, 2010

PEQUEÑAS GRANDES INCOMODIDADES(II)

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Si a cualquier mujer de hoy en día le dijeran que tiene que lavar la ropa a mano, y para tal menester le dieran un refregador de madera y un lebrillo, amén de una pastilla de jabón , seguramente se sentiría muy desgraciada. Pero así es como se lavaba antes.



En las casas de vecinos, el lugar común de reunión además de la puerta de la calle en las noches de verano, era el patinillo. En él coincidían a menudo las mujeres para hacer la colada, y en él se vivían desde ratos inconmensurables de risas y cotilleo hasta sonadas peleas.

Aunque se lavaba con menos frecuencia que hoy en día, merecía la pena el olor de ropa lavada a mano que emanaba de aquella colada una vez secada al sol y planchada. Para secarla al sol existía la azotea, que las casas de vecinos con poco patio solían tener, y para planchar existían desde planchas de hierro que había que calentar al fuego de carbón hasta planchas eléctricas. En mi casa había una como la de esta foto,



Y hablando de electricidad tenemos otra incomodidad de las grandes. Los cortes de luz eran numerosos. La luz se iba y no tenías ni idea de cuándo iba a volver. Y nada de reclamarle a la Sevillana por la comida que se te había echado a perder en el frigorífico, ya que no había frigoríficos. La instalación eléctrica partía desde el contador, que solía estar dentro de cada casa, e iba por toda la casa a cable visto, pero nada de cables delgados como los de hoy en día, sino gordos y feísimos. En el lugar de encendido terminaba cada extensión del cable en un interruptor de los de pellizco. La luz en aquellas casas era de 125 voltios. Cuando comenzaron a aparecer aparatos de 220 era necesario comprar junto con ellos un elevador, que se trata de un cacharro cuyo verdadero nombre creo que es transformador de corriente

Las casas de vecinos en aquellos entonces (nótese que hablo de casas de vecinos, no de corrales) estaban configuradas normalmente teniendo como base un largo corredor central, a cuyos dos laterales se alineaban las habitaciones. En algún lugar de ese corredor nacía la escalera que daba a las plantas altas, las cuales también se solían componer de un pasillo con habitaciones a ambos lados, pero que nadie piense que había simetría. Las habitaciones no se parecían unas a otras en absoluto; de hecho en la misma casa una habitación podía componerse de dos o tres piezas y cocina y otras eran solamente una habitación propiamente dicha.

En algún lugar de esos pasillos, normalmente cerca de una pileta o pila que todas las casas solían tener, estaba el WC, que era común para todos los vecinos de esa planta. Sin ninguna duda, de entre todas las incomodidades que podré contar ésta era la peor, la más dura. El WC podía tener taza o como en algunas casas que conocí ser simplemente el típico agujero en el suelo y dos planchas con forma de zapato donde aposentar los pies para agacharse. ¿Por qué estaban cerca de la pileta o pila? Pues porque no tenían cisterna. Para ir a hacer sus necesidades, cada vecino debía de pertrecharse de un cubo en el que recoger agua para limpiar el WC después de defecar, y también del correspondiente “papel higiénico” que no era otra cosa que papel del periódico. Ya siendo yo un mozalbete apareció el papel higiénico del elefante, que representó todo un descubrimiento de la época, aunque en comparación con los papeles de hoy era bastante tosco y nada suave.



Este ha sido el capítulo 2 de pequeñas grandes incomodidades. ¿Creerán Vds. que no soy capaz de pergeñar un tercero?

Déjenme pensar. Seguro que encuentro bastantes más incomodidades.

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