lunes, julio 15, 2013

PERSONAJES DE UN BARRIO (II)

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EL PADRE PATERO.- En aquellos años 60 el ir a la iglesia a confesarse era algo que los niños debían de hacer con bastante frecuencia; bien porque en los colegios obligaban a ello o bien por propias convicciones personales.

En ocasiones había pecadillos inconfesables, de esos que a un niño le da vergüenza relatar a un confesor, especialmente en aquellos años y especialmente si el confesor era severo, ya que en este caso a la vergüenza era necesario añadir una penitencia que normalmente consistía en el rezo de diversas oraciones que podían ser demasiadas según quien dictara la penitencia.

Pero como todos los males tienen remedio menos la muerte, éste también lo tenía; y el remedio no era otro que el padre Patero. Me parece recordar que, para más señas, se trataba del padre Tomás Patero.

                                 
                        (Interior de la iglesia de San Buenaventura en la calle Carlos Cañal)


El padre Patero era un monje del convento de San Buenaventura. Su confesionario era el primero según se entraba en la iglesia a la derecha, y el hecho por el que todos los niños querían confesarse con él era su compresión a los pecadillos que acompañaba con una penitencia suave y un tiempo reducido de confesión que permitía pasar el mal trago con rapidez.

Así pues, cuando había que confesarse todos los niños acudían a San Buenaventura y si el padre Patero estaba confesando a alguien (cosa que solía ser usual), se hacía uno el tonto, disimulando como que no iba a confesarse para evitar que otro padre te llamara, y así hacer tiempo hasta que el socorrido padre Patero pudiera atenderte.

Un recuerdo para él. Estoy seguro de que muchos hombres y mujeres de los barrios aledaños le recordarán también por su bondad.


El MUDO DE SANTA ANA.- No era exactamente de mi barrio, aunque a decir verdad, Triana, por su cercanía a mis calles de infancia formaba parte de nuestras vidas, especialmente el núcleo conformado por San jacinto, San Jorge, Castilla, Pureza y Betis; o sea, todas aquellas calles que se vertebraban en torno a una plaza de abastos de gran fama y tradición a las que las mujeres de mi bario hacían honor cruzando bastante a menudo el puente para fajarse con los vendedores de los distintos puestos en defensa de su normalmente escaso peculio.

El mudo de Santa Ana es otro de esos personajes que traspasó las fronteras de su barrio y era conocido por toda Sevilla. Aunque creo que será difícil que alguien no lo conozca, reseñaré que era un ¿monaguillo? de la catedral trianera, donde siempre podía vérsele en su tarea de ayuda a los sacerdotes y en todo tipo de ocupaciones.

                                       


No voy a extenderme mucho. Simplemente escriba usted en Google “el mudo de Santa Ana” y encontrará múltiples artículos sobre su vida y milagros. Por mi parte viene aquí porque, al igual que el mudo es persona carismática en la vida de muchos sevillanos lo fue de mi niñez y juventud.

Fíjense hasta donde ha llegado la fama de este hombre que, por concesión Papal ha recibido la cruz Pro Ecclessia et Pontífice, de lo que yo me alegro sobremanera.


EL QUIOSCO DE RAMONA.- El quiosco de Ramona era como cualquier otro quiosco de cualquier otro barrio; y al igual que cualquier otro quiosco de cualquier otro barrio permanece en el recuerdo de los niños porque era el lugar donde se compraban las chucherías, aunque a decir verdad en aquellos años casi nadie empleaba este término (chuchería), y en cualquier caso la variedad de las mismas estaba muy lejos de ser la existente hoy en día.

                             
             (En la parte derecha de la foto, a la altura del naranjo se ubicaba el quiosco de Ramona)


Ignoro por qué Ramona alcanzó más popularidad que su marido y al quiosco se le conocía por su nombre en vez de por el de Antonio que era su cónyuge, aunque probablemente era porque ella pasaba allí más horas. Tenían tres hijas, Mari, Loli y Rosario, que también ayudaban en las tareas del quiosco y además en las de otro quiosco de helados que montaban en verano.

Vaya desde aquí este pequeño homenaje a los quioscos que alegraban nuestra vida en aquellos años, así como a los quiosqueros que debían de estar al pie del cañón casi más horas que tenía el día.


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