martes, enero 26, 2010

EJERCIENDO SEVILLANIA

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En el año 1.978 las sevillanas ya estaban definitivamente consolidadas en el panorama musical andaluz, e incluso comenzaban a introducirse poco a poco en todo tipo de ocasiones bailables (bodas, celebraciones, discotecas) en el resto de España. El camino que comenzaron a andar los Hermanos Toronjo se llenó pronto de innumerables viajeros. Algunos se convertirían en  míticos como los ya nombrados Hermanos Reyes, Romeros de la Puebla, Marismeños, y Amigos de  Gines, mientras que otros o bien quedaron en el largo camino que iban a emprender estas sevillanas, o incluso algunos como Los Maravilla han llegado a nuestros días pero con más sombras que luces; grupos que normalmente han sido reconocidos y ampliamente escuchados en Sevilla y la zona de influencia de las sevillanas, pero que no lograron dar ese pasito necesario para ser figuras reconocidas a nivel español al menos. De entre los que se quedaron en el camino son de destacar Los de la Trocha y Los Choqueros.

1.978 es el año en que unos muchachos agrupados bajo el nombre artístico de Cantores de Híspalis graban su primer disco. Quizás ellos ya supieran que iban a revolucionar el mundo de las sevillanas. Por supuesto que nadie más lo sabía; en realidad era incluso bastante difícil de intuir con sólo oír sus primeros discos. Lo que si podía saberse ya desde el primero era que allí había originalidad, había creación, un sello propio. El alma del grupo era Pascual González, que no estuvo desde el primer momento en que se llamaban Los Macarenos; sin duda su incorporación, que marcó también el cambio de nombre a Cantores de Híspalis fue lo que le dio ese sello distintivo al grupo.



Cantaré, hasta que Dios me de fuerzas, para poder llevar, a todos los rincones, mi guitarra y mi cantar.

Aire, con el aire aire y aire, que “to” er mundo se emborrache, de cante y baile

Libre, quiero ser libre, como en el campo un jilguero, como el agua cristalina, espejo de un arroyuelo.

Costalero de Sevilla, que orgullo debes llevar, el costal la zapatilla, y la faja reliá

Sevilla es tuya niño, aprende a amarla, que es tu madre tu novia y tu amiga, reina del alma

A Sevilla, a su Semana Santa sobre todo, al cante, al baile, a las plazas, a los rincones, a la Feria, a los amigos, a la libertad, a los niños, incluso a los gatos y a los animales, a la mujer y al amor, a Sevilla, a Sevilla, a Sevilla. Los Cantores le cantaron sobre todo a Sevilla. Nadie podrá dudar de que estos artistazos han sido los que han llevado más a gala en su trayectoria el amor a Sevilla y sus cosas. Los que más y mejor han ejercido la sevillanía de entre los de su género.

Pero estas sevillanas aun siendo originales y diferentes, aun siendo sevillanas que llegaban al público con facilidad no dejaban entrever todavía lo que Cantores iba a lograr en el mundo de las sevillanas. Su trayectoria se fue llenando paulatinamente de espectáculos cada vez más originales y más grandiosos.

La década de los 80 contempla el grandioso boom de las sevillanas. Multitud de grupos, solistas y coros aparecen en el panorama de las sevillanas dándole una dimensión totalmente desconocida hasta entonces. Las sevillanas se enseñorean de todas las fiestas y celebraciones en todos los rincones de España. Pero de entre todos los grupos, Cantores brilla con luz propia. Sus grandiosas puestas escénicas traspasan fronteras y triunfan en todo el mundo. Se suceden unos tras otros los premios, los discos de oro y platino, incluso un premio continental europeo, las actuaciones en todo el mundo. Orquestas mundialmente conocidas se disputan el privilegio de grabar con estos cuatro iluminados, Pascual González, Rafael Ojeda, Juan Luis Calceteiro y José Antonio Rúa, que llegan incluso a grabar un disco acompañados por la Orquesta Filarmónica de Londres.

Quizás murieron de tanto éxito. En los 90 el grupo se separa aquejado por problemas internos. Pero la maravillosa huella de su grandioso quehacer ha quedado grabada en discos y vídeos para goce de todos los aficionados a las sevillanas.

Ah, por si no lo he dicho antes, este es mi sexto grupo grande, entre otras muchas cosas porque nadie ha sabido ejercer la sevillanía como ellos.

Aquí les dejo algo precioso

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domingo, enero 17, 2010

PEQUEÑAS GRANDES INCOMODIDADES(II)

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Si a cualquier mujer de hoy en día le dijeran que tiene que lavar la ropa a mano, y para tal menester le dieran un refregador de madera y un lebrillo, amén de una pastilla de jabón , seguramente se sentiría muy desgraciada. Pero así es como se lavaba antes.



En las casas de vecinos, el lugar común de reunión además de la puerta de la calle en las noches de verano, era el patinillo. En él coincidían a menudo las mujeres para hacer la colada, y en él se vivían desde ratos inconmensurables de risas y cotilleo hasta sonadas peleas.

Aunque se lavaba con menos frecuencia que hoy en día, merecía la pena el olor de ropa lavada a mano que emanaba de aquella colada una vez secada al sol y planchada. Para secarla al sol existía la azotea, que las casas de vecinos con poco patio solían tener, y para planchar existían desde planchas de hierro que había que calentar al fuego de carbón hasta planchas eléctricas. En mi casa había una como la de esta foto,



Y hablando de electricidad tenemos otra incomodidad de las grandes. Los cortes de luz eran numerosos. La luz se iba y no tenías ni idea de cuándo iba a volver. Y nada de reclamarle a la Sevillana por la comida que se te había echado a perder en el frigorífico, ya que no había frigoríficos. La instalación eléctrica partía desde el contador, que solía estar dentro de cada casa, e iba por toda la casa a cable visto, pero nada de cables delgados como los de hoy en día, sino gordos y feísimos. En el lugar de encendido terminaba cada extensión del cable en un interruptor de los de pellizco. La luz en aquellas casas era de 125 voltios. Cuando comenzaron a aparecer aparatos de 220 era necesario comprar junto con ellos un elevador, que se trata de un cacharro cuyo verdadero nombre creo que es transformador de corriente

Las casas de vecinos en aquellos entonces (nótese que hablo de casas de vecinos, no de corrales) estaban configuradas normalmente teniendo como base un largo corredor central, a cuyos dos laterales se alineaban las habitaciones. En algún lugar de ese corredor nacía la escalera que daba a las plantas altas, las cuales también se solían componer de un pasillo con habitaciones a ambos lados, pero que nadie piense que había simetría. Las habitaciones no se parecían unas a otras en absoluto; de hecho en la misma casa una habitación podía componerse de dos o tres piezas y cocina y otras eran solamente una habitación propiamente dicha.

En algún lugar de esos pasillos, normalmente cerca de una pileta o pila que todas las casas solían tener, estaba el WC, que era común para todos los vecinos de esa planta. Sin ninguna duda, de entre todas las incomodidades que podré contar ésta era la peor, la más dura. El WC podía tener taza o como en algunas casas que conocí ser simplemente el típico agujero en el suelo y dos planchas con forma de zapato donde aposentar los pies para agacharse. ¿Por qué estaban cerca de la pileta o pila? Pues porque no tenían cisterna. Para ir a hacer sus necesidades, cada vecino debía de pertrecharse de un cubo en el que recoger agua para limpiar el WC después de defecar, y también del correspondiente “papel higiénico” que no era otra cosa que papel del periódico. Ya siendo yo un mozalbete apareció el papel higiénico del elefante, que representó todo un descubrimiento de la época, aunque en comparación con los papeles de hoy era bastante tosco y nada suave.



Este ha sido el capítulo 2 de pequeñas grandes incomodidades. ¿Creerán Vds. que no soy capaz de pergeñar un tercero?

Déjenme pensar. Seguro que encuentro bastantes más incomodidades.
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viernes, enero 08, 2010

DE AQUELLOS COLEGIOS(I)

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Dije posts atrás que iba a versar sobre los colegios. Bueno, mejor diré que sobre los colegios que conocí, que sólo fueron cuatro, y el primero ni tan siquiera podía llamarse propiamente como tal.

A buen seguro yo no soy nada versado para hablar de los colegios en general, y digo esto porque todo el mundo se ha sorprendido hablando de los colegios de antaño de que yo nunca haya cantado el cara al sol. Al parecer se cantaba en todos los colegios públicos de la época, pero yo nunca lo canté, ni de hecho se cantaba en los colegios que estuve.

Mi primer colegio fue lo que en aquellos tiempos se conocía como una “amiguilla”. Nunca he podido saber la procedencia de esta denominación. Una amiguilla era una escuela para niños pequeños, normalmente montada en alguna dependencia de una casa donde solía vivir el maestro/a. Era el lugar donde los niños aprendían sus primeras cosas, tales como hacer palotes y los números y letras. Para que se vea como el lugar, aunque se impartiera enseñanza en él no era realmente un colegio, baste con decir que no había sillas ni bancas. Cada niño llevaba su propia sillita.

En mi caso, este colegio fue el de Doña Carmen, en la calle Reyes Católicos. Doña Carmen era una mujer muy mayor, o al menos a mi me lo parecía (pelo cano, vestido negro; lo normal en aquella época en las mujeres viudas), a quien ayudaba una señorita de la que no recuerdo su nombre.

Mi segundo colegio estaba en la calle Gravina. Un solo profesor, Don Benjamín, un hombre también mayor, pelo cano, traje oscuro, bigote, bufanda casi siempre y un porte elegante que denotaba clase (quizás procedencia de buena familia). El aula, al igual que en la amiguilla, era una habitación de la casa, aunque esto ya si se parecía a un colegio, con bancas, bancos, etc., pero bancas de las antiguas, de las que tenían un agujero para un tarrito de tinta y una hendidura para el palillero. Don Benjamín vivía (creo recordar) solo acompañado de una hermana suya. La verdad es que tengo buenos recuerdos de aquel colegio ya que Don Benjamín dentro de su rectitud era una excelente persona.

Mi tercer colegio fue uno denominado San Luis Gonzaga, en la calle Trajano esquina a la Alameda de Hércules, frente a la academia de baile de Realito. Esto ya era un colegio donde incluso se impartía enseñanza superior. Afortunadamente sólo estuve allí un año. Todos los palos que tenían que darme en mi vida, incluidos los correspondientes al día de mi muerte, me los dieron en aquel colegio. Todos los profesores, comandados por un director llamado Don Manuel a quien el diablo habrá recogido en sus dominios, ya que no imagino a alguien tan malvado como él entrando en la gloria, iban armados de unas palmetas gruesas, macizas, con las que por cualquier nimiedad te ponían las manos totalmente moradas a palos. Tal era la mala leche de esta gente que incluso a un chaval que había con una deformación de nacimiento (una mano deformada con sólo dos o tres dedos retorcidos y unidos entre si) le pegaban en la mano. Recuerdo los nombres de esta gentuza e incluso del chaval de la mano deforme, pero no los pondré aquí por motivos obvios.



(La primera puerta que se aprecia en esta foto era la de entrada al colegio San Luis Gonzaga. El edificio, hoy en día de pisos y locales comerciales continúa tal cual).

Mi cuarto colegio, al que pude acceder gracias a becas, era todo un señor colegio, y nunca me sentí tan feliz como al ingresar en aquél colegio señor, donde la diferencia de trato con el anterior era como de la noche al día. Se trataba de San Francisco de Paula en la calle Sor Angela de la Cruz (hoy Santa Angela), que todavía existe, que pasaba en aquellos entonces por ser el mejor colegio de Sevilla, y que sin duda sigue estando entre los grandes hoy.

Sólo tengo buenos recuerdos de San Francisco. Desde el director, Don Luis Rey Guerrero y su hermano D. José, su hijo y su esposa, Don Luis González y su esposa y todo el elenco de profesores: D. Germán, D. Nicolás Gelo, D. Juan Plata, D. Manuel Pérez Cerezal, D. Julio Mínguez, D. Manuel Sánchez Asensio, D. José Ferrer, D. Federico, el Padre Cruces, D. Salvador y la Srta. Nani, D. Juan Francisco, y hasta Feliciano y Pepito, los porteros de la portería. Todos eran personas amante de su profesión y  celosas de transmitir a los estudiantes sus conocimientos para que se hicieran hombres de bien.

Me he extendido mucho en los colegios y sus profesores. No me ha dado tiempo para contar qué pasaba en aquellos colegios ni todo lo que nos rodeaba en aquellos difíciles tiempos, así que dejo esto abierto para una segunda parte.

Por otra parte, también será necesario contar qué se estudiaba entonces. La realidad es que la enseñanza ha cambiado mucho, ganando en exigencia y seguramente en efectividad, pero perdiendo en modales y buenas costumbres.
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